lunes, 6 de diciembre de 2010

DESEO

El deseo es verano de un crepúsculo malva
sobre un mar imperfecto de miradas furtivas,
es la tarde en un puerto de un levante de costa,
veraneante de pulsos, alquimista de soles.

Late el mar en la noche de mil vidas que bailan
en neones hirientes que bautizan afectos
y descubren al aire las espaldas que gimen
irisando a la luna su abrasada epidermis.

Allí estuvo mi sombra con un trago en la mano
y en añil coincidencia se topó con la tuya;
ni el idioma es barrera cuando se hablan los ojos
y se miran los labios y se atraen los cuerpos.

Se nos fueron cerrando los casinos de golpe
a medida que huyeron nuestras manos de azares
y nos fuimos abriendo cremalleras con prisa
y tu pecho y mi torso, piel a piel, se miraron.

La certeza de hablarle a unos labios que callan
el deseo imprudente que palpita en la carne
se delata en el tacto que las ingles no mienten
porque ignoran las reglas del más tenue decoro.

Y volvieron las copas que horas antes huyeron
por las calles nerviosas de tu boca y la mía,
y con ellas trajeron derribadas barreras,
deshojados prejuicios, inservibles morales.

Y la arena impaciente que abrazó nuestras ansias,
acunó tus caderas, descarnó mis rodillas,
todavía me inquiere por tus áureos cabellos
aunque un mar de resaca nos borrara los nombres.