Foto: Santiago Redondo Vega
Se descarría el agua, fluye
por la
vertiente herbívora del tiempo;
toda
la tierra
se humedece
contra
el silencio ambiguo de los ojos.
El
mundo late ahí,
siglo
tras siglo,
sin
importarle nada, nadie, nunca.
La indefensión
del musgo, la conciencia
legítima
de un beso, la boca
que no
ha sido, el miedo;
el
miedo a no asumir
lo
irremediable.
La vida
es un ser vivo
que
ignora y desconfía cuanto arrasa.
Y el
hombre
un
mineral, apenas labio,
que sueña
más allá de lo imposible.