Foto: Santiago Redondo Vega
El paso
de los días
se alimenta
del ser de quien los vive,
o los repta,
o los vuela, o los sumerge
en el
tic-tac infame
de su
reloj de arena.
De nada
vale relegarlos al hueco atemporal
que dormita
en las sombras,
o a la
intemperie y solos, dejarlos macerar
por si
algún día el rastro
que abastece
las hambres de su ego
los
perdiese la pista.
Porque
el paso del tiempo es aire equívoco,
sabe ser
ruin, hiriente, sibilino,
y hace
muescas de lluvia en los espejos
donde la
piel escampa.
Y aun
el olvido es fuego en sus arterias
que nos
malea el cuerpo y la inocencia,
y hasta
el alma es peaje
por el
dolor gozoso de estar vivos.
La
conclusión es siempre un mal augurio
por
evidente y súbita.
Lo
importante es vivir, y en todo caso,
esperar
a que sean los poetas
quienes
le pongan nombre al plebiscito.