El tiempo
se disimula
urbano en las aceras
endeudadas de
prisa, de tedio y de granito. La calle
es un reloj
de sol con manecillas
de luz
intermitente. Su pálpito
se erige en
dictadura de colores
que mata y
muere a un tiempo.
Y el rastro
de todas esas
huellas
que desandan
la vida a trompicones
se espesa en
la quietud de un ente ambiguo
que habla
idiomas, chatea en su WhatsApp,
viaja en Ave,
disculpa la no piel de su portátil
y se inventa
una nueva identidad
tecleando sus
sueños –como nido de cuco-
en el perfil
humano de otra carne.
Mecánica de
luz, o de tinieblas,
la de este humano
oscuro, ingeniero de lunas,
solitario,
virtual, convaleciente
de técnica y
olvido,
que hace
frente a sus hégiras de diario
navegando en
la Red,
pleamar de
olas bit y soledades.