sábado, 25 de septiembre de 2010

NO EXISTE EL TIEMPO

Foto: Keystone / Alessandro Della Bella

El hombre es el único animal obcecado en dibujarle piel al calendario, para su deleite o para su desgracia. Nos empeñamos en marcarnos metas, en milimetrar un tiempo rectilíneo o curvo -quién lo sabe- con unidades de medida ilógica, porque el tiempo no existe salvo en nuestro consciente subjetivo. Medirlo todo, pautarlo todo, cuantificarlo todo en una especie de ansia por saber en qué momento de nuestra vida estamos, qué o cuánto hemos dejado de hacer o de vivir para asumirlo como tarea pendiente en nuestro próximo dispendio de arrogancia. La vida transcurre sin medida, noche a noche, abúlica, lineal o a bocajarro, amándonos, odiándonos, ignorándonos, arrepentida de nosotros, o mirándonos de lejos y –a veces, las menos- hasta deteniéndose a sonreírnos con una mueca de conmiseración lumínica.
Pasamos en un instante, un solo instante –qué medida tan abstracta para los impenitentes geógrafos del cronos- del verano al otoño, casi sin querer, sin desearlo, sin percibirlo. Hace ese instante era verano, ahora, tan solo un instante después, decimos que es otoño, y nuestros biorritmos sin tiempo para cambiar un ápice. Nuestra mente sí, nuestra mente es otra, mi mente es otra.
Ayer, casi ayer mismo, mi imaginación jugueteaba con playas de arena dulce y agua deslenguada; paisajes de cortados agrestes y pantalón corto, sombrillas, chiringuitos, barbacoas, hogueras… Ahora sin embargo, ahora mismo, ya me está pidiendo unos gramos más de parsimonia, de melancólica pereza ante ese previsible primer rocío que me amanezca los ojos, de detenerme a observar el itinerario impreciso de una gota de lluvia en los cristales, de solidarizarme con el ocre previsible de los árboles, con la gabardina veleidosa y triste, con la impertinente letanía del paraguas. Otoño clásico: nubes, viento, lluvia, atardecer, melancolía.

Afuera de nosotros, la calle, el campo, el cielo, las palabras, ya se están empezando a poner pijama y a abrigarse con manta la intención concienzuda de los sueños.

¿Y todo para qué? Acaso para nada, porque el tiempo, el tiempo –desde un otoño más y van ….- el tiempo es que no existe, somos nosotros quienes nos empeñamos en cumplir años, en envejecer, en hacernos tiempo, desde esa mirada insomne que nos inventa intemporales a nuestros ojos cínicos.

10 comentarios:

MiLaGroS dijo...

Me encanta Santiago. Eres un artista de las letras. Que bien escribes y que profundo. Un abrazo

Anónimo dijo...

E 'vero! Mi piace questa idea, sono pienamente d'accordo con te.
Condivido pienamente il suo punto di vista. In questo nulla in vi e credo che questa sia un'ottima idea.

Isabel Moncayo Moreno dijo...

No podemos echarle una regañina a los años, ¿verdad? pasan y qué bueno que sigan pasando, sólo hay que estar y ser donde se debe, eso sí con el espíritu de aquel niño que ha crecido, seguir interesado en eso, en querer seguir todos los otoños que nuestra frente pueda acumular y que yo deseo que sean muchos en tu persona y en tu escritura, ( y que mis ojos lo vean, como se suele decir)

Dices otoño: nubes, viento, lluvia, atardecer, melancolía, y es el desnudo lenguaje. Y luego dices afuera de nosotros, lo material y la palabra, tu palabra que se hace entre las cosas tiempo que no es más que vida, que no es poco..

perdona esta charla, que tal vez sólo yo he entendido así.

Un abrazo Santiago.

Bletisa dijo...

Tener conciencia del tiempo es una desgracia en la que nos hemos empeñado los humanos pero eso no es lo malo, lo malo es la conciencia de su brevedad, de que es finito y nosotros con él.
Yo lo llevo fatal, estoy en crísis perpetua ya.

Una reflexión preciosamente expresada.
Un placer leerte. Un beso.

Santiago Redondo Vega dijo...

Gracias Milagros por la amabilidad de tus palabras. Tú sabes bien que quien se expone a otros ojos sólo trata de decir, de contar algo, de transmitir una idea o un pensamiento como mejor sabe, que casi siempre es con escasa luz. Creo firmemente que la emoción está en los otros, en quien sabe leer o entresecar algo del cesto.

Un abrazo.

Santiago Redondo Vega dijo...

Amigo anónimo de verbo italiano, a mí también me place coincidir contigo en la idea del tiempo.

Gracias por tu paso y por dejarlo escrito.

Chao.

Santiago Redondo Vega dijo...

El tiempo es un eterno poético, Isabel, tú bien lo sabes, porque también es un eterno humano. Nada se nos escapa al papel que antes no nos inquiete, ame u odie. Decir por decir no viene a cuento. Y luego cada uno lo enjuiciamos bajo el prisma de nuestras vivencias, de nuestros propios sentimientos, de la sensibilidad de nuestra personal fibra. Afortunadamente ahí no somos todos iguales y la riqueza de matices de cada uno nos hace únicos. Ésa es la belleza de la palabra, que la imagen, el escenario y el último matiz de cada personaje, le escribe siempre el propio lector.

Afortudamente, siquiera en espítu, nos vive dentro un niño.

Un saludo de mi niño a tu niña, Isabel.

Santiago Redondo Vega dijo...

Tú lo has dicho Bleti y yo así lo entiendo también. Parece claro.

Lo de la crisis del tiempo, de su inexorable paso, debe ser patrimonio de los seres más sensibles -qué te voy a contar a ti sobre alergias de la psiquis- pero seguramente es un mal que se nos irá pasando con los años. Digo yo.

El placer es siempre mío. Otro beso.

Marina Caballero del Pozo dijo...

Un texto espléndido, Santiago. Enhorabuena. Somos criaturas en una naturaleza con su propio tic tac: auroras, ocasos… Pero gracias al poeta, al escritor, las olas arrogantes del verano retornan aun con el abrigo puesto.

Santiago Redondo Vega dijo...

Gracias Marina por tu paso y tus reflexiones. Ahora ya en abrigo, las palabras se dejar paladear con más intensidad de sentimientos. Lo del tiempo es así, pura quimera.

Un abrazo.