En la paz de las calles gastadas por el uso
mora un ser solitario que
abastece el vacío
de recuerdos y auroras,
que rebusca en los cubos de
los supermercados
y se aposta al socaire de un
viento que no fluye.
En sus manos está
jugando a hacerse Diógenes
la lluvia permanente que en
vano se condensa,
se duele y se evapora
por los rebosaderos de una
piel con esquirlas.
Para vengar la ofensa
de tener que vivir siempre
al borde extenuado de ese abismo
con que encadena el riesgo,
en un alfa y omega de
realidad deforme
que trabaja en horario
continuo de 8 a 3,
y zigzaguea
entre los dientes curvos del
tiempo y del espacio
donde estiban los dioses,
habría
que volver a nacer y nacer
cuerdos.
Para asumir la herencia
del parqué de los días
aciagos de la bolsa
donde la luz no escampa,
cruzando con los ojos de
lunes cada viernes a las 7:40 a.m.
bajo el puente de Brooklyn,
habría que invertir las
coordenadas
de las noches de acero, de
las lunas de amianto, de la ansiedad,
del ruido y de su número
atómico.
Por eso y entretanto, los
menos de los hombres,
confortamos el rédito aciago
de nuestra alma
con versos de artificio.
Santiago Redondo Vega. 2018
con versos de artificio.
Santiago Redondo Vega. 2018