sábado, 27 de septiembre de 2008

SOLEDAD SOLA

Puesta de sol en una playa de Altea (Alicante)
Foto: Santiago Redondo Vega

Me tienes que creer cuando te miento
que nos hay más soledad que la que encuentra
refugio en las laderas de tu estío.
Que todas las espigas conscientes se han unido
en un mar de verdor incandescente,
-oblicua madurez-
contra tus labios.
Que no tienen tus calles más esquinas,
ni recodos de amor, ni de nostalgias,
que el beso arrinconado en un baúl
con que negaste mi fuego adolescente.
Hoy duermen en herrumbre de brasero
tus ganas de haber sido
mujer a fin de cuentas.
Fluye un tren que circunda soledades
y prescribe en andenes al sur de cualquier vida,
allí apeó mi amor sus latitudes
soñándose en tus pechos cada invierno,
pero en tu ácido no
se me heló el frío.
Y sola te desvives, sola olvidas,
sola arrastras la oscura certidumbre
de tu piel Soledad, blanca y flagrante.

NO TIENES YA LA EDAD DE LAS PETUNIAS


Petunias
Foto: Santiago Redondo Vega

No tienes ya la edad de las petunias
que se cuelgan del viento y ruborizan
a poco que una mano masculina
las aborde del talle
y las circunde.
Ni exhibes el resuello de los látigos
cimbreantes y tersos del rocío
aniñado en la piel y en los contornos
de un ingrávido abril
alucinante.
Ni en tu hermosa presbicia brilla eterno
el omnímodo azul de tus dos cielos,
de tu boca de azúcar, de tus nimbos
que afrutaran de madre
tu pasado.
Tu belleza está en pie, pero gastándose,
como gasta el otoño los recuerdos,
a golpe de hojas secas, y embaucando
en parterres de gris
tus latitudes.
Tienes la edad precisa en que las flores
se miran al espejo y se descubren
más sobrias y más nítidas, más ciertas,
más mujeres al fin,
más delirantes.
Porque nada prorrumpe en tu equinoccio,
sólo hay mente en la linde de tus pétalos,
corazón en el limbo de tu pubis
y el jardín de tu piel
planta caricias.
De ese huerto mortal soy jardinero
del indomable tiempo que te oprime,
hembra y madre y señora de ocho a tres,
flor con todos los nombres…,
compañera.

EN QUÉ MANUAL DE LÍRICA ESTÁ ESCRITO


Pino centenario. Pinar de Antequera. Valladolid.
Foto: Santiago Redondo Vega

(A la memoria de Andrés Quintanilla Buey, amigo y compañero de versos)

¿En qué manual de lírica está escrito
que tengan que morirse los poetas?

Estoy hablando Andrés de tu partida
al espacio abisal de las estrellas,
donde el hombre se eclipsa como hombre
pero deja de guardia sus poemas
y que sigan llenándonos sus versos
de la sombra de añiles arboledas.

¿En qué porción de mar se entierra el verbo,
en qué mármol oscuro, con qué letra
se escribe un epitafio sobre el agua;
con qué flores de julio se le sella
la boca a un vendaval de poesía
que bebe de los ecos de la tierra?

El camino que ayer te trajo al mundo
hoy reclama impertérrito tu vuelta
a sus fauces oscuras de silencio,
a su media verdad, a su ralea,
a sus tercas guadañas insolentes,
a su boca maldita y traicionera.

Aunque tú ya sabías de sus artes,
sin temor a sus burlas, ni a sus befas,
has dejado a ese Ser sin argumentos
al llegarte la hora verdadera,
que morir cara a Dios y en paz fue siempre
tu equipaje, por hombre, en tu maleta.

Pero surgen del cielo de tus libros
los espacios abiertos, las siluetas
de aquellos personajes que son vida
porque vida les diste con tus letras
y se quedan de pie, prevaleciendo
como erectos testigos de tu estela.

Porque nadie ha leído, nadie ha visto,
una ley, un decreto, una prebenda
que proclame, que grite fehaciente
que si un alma se muere, va con ella
el alma del oficio de su dueño
cuando el dueño del alma es un poeta.

¿En qué manual de lírica está escrito
que te hayas ido, Andrés, si estás tan cerca?

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