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EL SINO DE LOS TIEMPOS
Regreso figurado de D. José Zorrilla a su Valladolid natal,
doscientos años después de aquel suceso.
No
es el tiempo juez benévolo que disimule la herrumbre de su paso, ni el ser
humano un busto de piedra inamovible; ni la Tierra un minuto, ni la Historia un
segundo, ni el Teatro un instante. Y mucho menos, desde hace un par de siglos hasta
ahora. Y lo digo con conocimiento y razón, porque el tiempo –o el mundo, que al
fin y al cabo, ambos comparten cátedra- transcurren por la vida inexorables,
poniendo en entredicho con su fluir de vértigo, valores y costumbres, momentos
y vivencias, ciudades y escenarios. Por eso hoy me rebelo, más todavía, por todo
lo que vengo observando y escuchando.
No
sé, será culpa del humo de tanto y tanto coche que sin parar respiro –mientras
deambulo las calles despistado- tan poco acostumbrado como llego a este mundo
de ahora, al estruendo voraz de sus sirenas, al ojo dictador de sus semáforos,
al continuo fluir de transeúntes, apremiados y grises, lo que me impulsa a
sentirme así, extraño, desnortado, ciertamente confuso.
O
quizá sea porque hoy, porque hoy regreso a casa, a mi casa, a mi cuna de antaño.
Prerrogativas que tenemos por ende los espíritus. Mi casa sí, ubicada en la
otrora calle de la Ceniza, hoy Fray Luis de Granada -otro tributo más del
devenir del tiempo-. Y aquí me encuentro ahora, penetrando curioso en esta
Valladolid del XXI. ¡Es todo tan distinto! Descubro una ciudad más abierta y
mundana, más ruidosa y despierta, menos negra, más lúcida; apenas en mi ayer
reconocible. Valladolid, la que me diera la luz y me llenara de sombras –no, no
quiero valorar las proporciones- hace de esto ahora mismo un par de siglos. La
casa, mi casa, esta casa de adobe, de piedra y de recuerdos, que fuera un día
mi eclosión de niño, es ahora el remanso de un museo. ¡Qué cosas elucubran de
noche los ediles! Y en recuerdo a mí nombre nada menos, según pregona un rótulo
en su frente. ¡Cuánto honor –me digo- para la sien velada de un poeta!
Me
recreo en el patio de mis primeros juegos, aquí, sentado en este banco,
callado, junto al pozo. Los jardines que escucho son silencio de flores, murmullo
de cipreses, bullicio de pardales. Y en el fondo la piedra, cautelosa y remisa,
engastada en la sombra de unos arcos sin patria que no me reconocen. Los
recuerdos me fluyen con visos de nostalgia, la ternura hecha lágrima me ciega.
Caricias en recuerdo del amor de mi madre; de mi padre…, de mi padre me
abstengo. Disimulo y esnifo un par de veces en aras de aquel niño que aún
respira las horas de este sueño. ¡Miento! Los espíritus –¡vive dios!- se sabe
que no lloran, que ni siquiera sienten. Pero yo sé que sí. Y en todo caso, me
basta con creérmelo.
Aquí,
donde abrazo la tarde sin excusas, embebido en la magia de este ámbito, no me
apremia el estómago, ni me agobia la fama, ni me acucia la muerte; ya no, ahora
ya no. Y medito, medito sin pasión mi vida entera, recorriendo las páginas en
blanco que entinté con mi pluma de diálogos y versos. Repaso sin pudor la razón
de mis obras, mis personajes, sus pasiones, sus miedos que, probablemente,
fueron también los míos. Y me subo a la rama que más cumplió a mi nombre; que
aunque a todas las quiera por igual, me hago eterno en la copa de este árbol: “Don Juan Tenorio”. Si volviera a
escribirla, ya nada fuera igual, no, ni siquiera es ya hora prudente de aquel verbo.
Miro
a mi alrededor y me sonrojo, acaso porque el mundo –como el tiempo, ya lo
escribí al principio- transita sin modales, artero, desabrido, descarriado en
las calles oscuras de la vida. Y desprecia a su paso razones y texturas, costumbres
y modales, que si ayer fueron trama de un cierto hilo dramático, hoy vagan repudiados
como espectros inútiles. Porque nada de aquello sonara hoy a creíble. Y es que
esta sociedad, sí, ésta que ahora tienen por moderna, sufre del relativismo de
ideas y valores, de las incertidumbres e inmediateces provocadas por lo que han
dado en llamar tecnologías de la información, con nombres tan abstractos como internet, google, wikipedia, wasap, instagram,
twenti…, infame retahíla de anglicismos voraces que enlutan el idioma. Caballeros
y damas ya no buscan citarse en callejas oscuras, conventos, ni hosterías, como
aquella del Laurel que todavía me pondera, sino que amparan su miedo -o su desgana-
en el éter virtual de lo que llaman la
Red con mensajes insípidos y en gramática
burda, roma e inconexa.
No
sé, no imagino yo ahora a un Tenorio con capa, con jubón, con sombrero, florete
y antifaz, ni nada que evidencie su rol de caballero, conquistando doncellas de
urbe en urbe, no. Porque quienes hoy se autoerigen en galanes, en pos de
seducir o de burlar -ingenuos ellos- a alguna dama ilusa –muy pocas quedan ya,
lo doy por cierto- han cambiado del todo las trazas de su atuendo. Hoy visten
de ajustado jersey y calzón prieto –como dos tallas menos, por lo menos- para
dejar patentes sus cartas credenciales, las luces que les faltan y la poca
cultura con la que a su decir las suplen. Tienen como prioridad de su quehacer
diario sudar horas de hastío en gimnasios al uso, hormonados de dietas y
esteroides que resaltan sus bíceps y aminoran a un tiempo sus pírricas
neuronas, cuando no desvirtúan –ni de eso son conscientes- las ansias de su
libido. Estos machos presuntos de hoy en día se depilan el pecho, los sobacos,
las ingles, el trasero…. Se perfilan las cejas, se maquillan los pómulos, se
tatúan leyendas en chino o balinés sin entender siquiera palabra de lo escrito.
Se dilatan los lóbulos con pendientes tribales, se argollan la nariz como
bestias de carga, o encadenan la piel de su entrecejo. Y hasta estoy por decir,
que suplen con relleno –calcetines de lana o bolas de papel- las presuntas
miserias de su exiguo paquete. Los donjuanes de hoy día agostan su virilidad frente
al espejo, donde engordan su ego, rendidos a unas modas que anulan y adocenan. Yo
así nunca a Don Juan lo viera en seductor, ni siquiera en un hombre cabal y
convincente.
¿Y
qué decir entonces de la ingenua y confusa Doña Inés, tan inocente, tan impaciente
y a la vez tan serena, tan ingenua y tan casta? Pues eso, qué no hay doñas ineses –a dios gracias- tan tontas como entonces. Que no existen novicias
de esa hechura en conventos de hoy día, esperando a esposar con dios o con galán
de cierta alcurnia. Los conventos de ahora apenas si se nutren de unas cuantas
monjitas con piel de simpatía, septuagenarias, laboriosas y dulces, y todas –digo
todas- reposteras. Entre otras cosas, porque tampoco consienten las mozas de
este ahora purgar su juventud -a imposición paterna- intramuros del tedio y a escondidas
del mundo y sus beldades. Hoy no, afortunadamente no. Hoy doña Inés de Ulloa deshojaría
su juventud en Róterdam, en Pisa, o en Berlín, con una beca Erasmus, que hiciera
de su electa vocación su solución de vida o, por contra, una asidua –una más-
de la cola del paro. Se declararía del todo feminista, anti taurina, vegana, un
punto bisexual –hasta esclarecer dudas- y esperaría de la indocilidad de su
futuro, si no un él o una ella a su medida, al menos, una productiva soledad a
su pleno derecho y elección.
Así
las cosas, si el galán ha mutado en vulgar, medroso y egocéntrico, si la moza ahora
en culta, independiente y precavida, si las hosterías apenas ya procuran
intimidad y secreto, si hasta el duelo es virtual y las apuestas de hoy día se
ciñen a engordar las arcas del Estado. Si el ardid del amor no provoca en el pueblo
el gusto por el libro y el teatro. Si hasta se ha hecho superfluo el galanteo,
la dulzura, el detalle, la conquista, la seducción de la otra o del otro, de
frente y cara a cara, por miedo a bordear la rémora social de lo incorrecto. Entonces,
caído y denostado mi Don Juan por machista y misógino ¿dónde hallara yo urdimbre
para tejer mi trama, dónde motivos y horas para blandir con maña a mis desubicados
personajes, sin herir la moral de lo admitido?
Pues
seguramente en este otro telón de fondo que presumo: Don Juan Tenorio y Don
Luis Mejía, tras envainar floretes y trascender armarios –de rivales a más que amigos
de un plumazo- como socios de un pub en Chueca o Malasaña. Doña Inés de Ulloa, de
voluntaria en una ONG anti maltrato animal, toda vez que su Grado en
veterinaria, su Máster, y sus cuatro idiomas no le han vacunado todavía –y va
para cinco años- contra la rabia del animal del paro. Don Diego Tenorio, padre
del galán tatuado, erigido en preboste de un emporio estatal de fiducias y
préstamos, cumpliendo presidio por dispendio económico a costa –dicen- de unas
tarjetas opacas de renegrido vínculo. Don Gonzalo de Ulloa, comendador de
Calatrava, y padre de la ínclita, harto de soportarla en casa hasta los treinta
y tantos, e imputado –a su vez- por cobro de comisiones y ensobradas sisas a
costa de la tal Encomienda, a punto mismo de fugarse a las Indias tras rescatar
lo evadido en algún fiscal paraíso. Doña Ana de Pantoja, en libertad condicional
tras darse presa por ciertos devaneos amoroso-económicos con edil de boyante villa
veraniega caído en desgracia, al descubrírsele un innoble agujero en sus deberes
con el fisco. Ciutti, criado de D. Juan, en la calle y de gorrilla, tras purgar
trena por el robo de un carretón blindado encomendado a su custodia. Gastón,
criado de D. Luis, de alocado animador de juergas y saraos veraniegos en cantinas
de costa. Buttarelli, afamado mesonero del Laurel, de asesor mediático de
tabernas en crisis y antros varios con mucha pretensión estelar, poca higiene y
peor gusto. La madre abadesa, seguro que hoy apóstata del cielo, regentando un
local de dudosa reputación en la concurrida vera de algún camino de sirga. La propia
tornera, coronada ahora en princesa del vulgo, por el mero hecho de haber cruzado
amores con cierto torero de estoque fácil y peculiar trapío, ejerciendo de pródiga
comadre en tertulias de patio de vecinas. Y los alguaciles, en fin, imputados también
por hurto y receptación, por mor de hallarle gusto y acomodo a una gran
variedad de género decomisado en pósitos y fielatos.
No
sé, creo que todos ellos vienen formando parte del diástole social de nuestro
subconsciente, porque a pesar de lo reiterado aquí, de que los tiempos cambian
que es una barbaridad, termino convencido de que las pretensiones y los
delirios, las aspiraciones y los miedos, las alturas y las bajezas de los
hombres y las mujeres del mundo, por tiempo que transcurra, comulgan de
palmarias evidencias. Y no hablo de los gustos que abriga la entrepierna –que
allá cada cual con su razón-. La única diferencia, es que aquella trama mía nació
para el teatro, y esta que hoy presumo, transluce realidad, a pesar mío.
Así
que regreso con premura a mis estancias del espíritu, algo reconfortado sí, por
respirar de nuevo la niñez en esta mi Valladolid natal, pero bastante más triste
y apesadumbrado de lo que vine, por todo lo que el mundo desprende y contamina.
Mutan los tiempos, sí, los hábitos, los gustos, las líricas y las épicas; pero
tengo para mí probado que lo que nunca en el tiempo ha de mutar –por siglos que
transcurran- es el latido gélido en la sien de los humanos. En fin, será que ha
de ser ese el sino de los tiempos.
Santiago Redondo Vega, junio de 2017.
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