domingo, 11 de enero de 2009

LLUEVE ESTA TARDE

Foto: Santiago Redondo Vega

Llueve, en esta tarde
de corazón confuso, llueve
cauterizando en lágrimas la rendición del suelo,
al son del marcapasos de un funeral de hormigas
que fingen la tristeza de su asumido luto.
Llueve en la boca impresa,
llueve en el pecho anárquico,
llueve,
corazón,
llueve,
sueña que llueve
aunque te irradien soles
por la conciencia misma que la verdad te miente.

ROSA DEL FRÍO

(A un primer gran amor)
No sé por qué han venido los pájaros a darme
noticias de los idus
de tu desdén de cuarzo.
Ni a quien han sonsacado la pócima secreta
con que extraer tu nombre
de tan remoto instinto.
Del magma en que renaces me tientan los recuerdos
con vino y pan de almizcle
de un tiempo en que colmábamos
las bocas de alacranes.
Ahora te has vuelto salvia, y ni besas, ni mientes,
ni hacen eco en tu sombra obsoletos neones
donde herías mi lengua con tu lengua de olvido
avarienta y pequeña.
Se inundó tu guitarra de los locos acordes
de universos de niña
cuando apenas el mundo te enmendaba las alas de tu ingenua inocencia.
Y aquel sueño, tan tuyo, de anhelar ser un viento delirante y utópico,
de querer ser más libre aventando molinos con soplidos de nácar,
se durmió en la trastienda
de un librero de viejo, o un tratante de silbos.
No eran tiempos de huirse tras crucigramas mudos,
ni adentrarse en sudokus a la carta más alta,
cada sopa de letras guarda un hambre consciente
y un matraz para el juego
y un dosel para el luto.
Desde ese hambre te nombra,
con un verso en los labios,
mi ayer donde pernoctas como Rosa del frío.